El hígado, «órgano rector» del organismo
El hígado es la glándula más grande del cuerpo humano. Pesa alrededor de 1,5 kg en los hombres, algo menos en las mujeres, y está ubicado en la parte superior derecha del abdomen.
Sus células, también llamadas células hepáticas (o hepatocitos), son una auténtica «central química» que permite al hígado realizar importantes funciones metabólicas en las que intervienen los hidratos de carbono, las grasas, las proteínas, los minerales y las vitaminas. También elimina el alcohol de la sangre y suministra glucosa al cerebro.
Por tanto, el hígado está estrechamente relacionado con el sistema digestivo: de hecho, tiene como función principal la de drenar la sangre de los intestinos, captar los nutrientes derivados de la ingesta alimentaria que esta contiene, metabolizarlos y distribuirlos a los demás órganos.
Al mismo tiempo, es capaz de procesar las sustancias nocivas mediante complejas reacciones químicas, lo que facilita su posterior eliminación.
El hígado también contiene las vías biliares: estas recogen la bilis producida por las células hepáticas, que luego se transporta a través de pequeños conductos (canalículos biliares) hacia conductos cada vez más grandes hasta el intestino, donde puede ejercer su función de emulsión de las grasas.
Por todas estas funciones, y muchas más, el hígado se considera el «órgano rector» de los principales procesos fisiológicos de nuestro organismo.
No obstante, este órgano es uno de los más afectados por los hábitos alimentarios modernos.
Ante un consumo excesivo de hidratos de carbono, el hígado responde convirtiendo los azúcares en glucógeno y ácidos grasos saturados.
Sin embargo, día tras día, las grasas se acumulan, el hígado se hincha y se agranda, lo que provoca una enfermedad conocida como esteatosis hepática o «hígado graso».
¿Qué es la esteatosis hepática o «hígado graso»?
La esteatosis hepática, o «hígado graso», es la acumulación excesiva de grasa en el hígado, superando el 5% el peso medio de este órgano”. Se manifiesta habitualmente entre los 40 y los 60 años, pero hoy en día también está aumentando su incidencia entre los más jóvenes.
Sin embargo, en el lenguaje común, el término «hígado graso» se refiere a dos afecciones diferentes:
- Esteatosis hepática no alcohólica, identificada con el acrónimo en inglés NAFLD (non- alcoholic fatty liver disease). Se manifiesta sobre todo cuando el hígado está sometido a una sobrecarga funcional, por ejemplo, como consecuencia del consumo excesivo de grasas (triglicéridos), que resultan difíciles de eliminar, o en conjunto con la obesidad o el sobrepeso, el síndrome metabólico o la diabetes mellitus de tipo 2.
- Esteatosis hepática alcohólica. El origen de este estado es el consumo regular de alcohol, ya que a su vez facilita la acumulación de grasa en el hígado; el primer paso para tratar este tipo de esteatosis es, desde luego, reducir o más bien eliminar el consumo de bebidas alcohólicas.
En ambos casos, el «hígado graso» suele ser una afección reversible, pero a veces puede evolucionar hacia un estado inflamatorio y convertirse, después de pasar por diferentes etapas, en cirrosis hepática.
Por este motivo, es importante saber cómo prevenir esta enfermedad, algo que puede lograrse, entre otras maneras, mediante una alimentación adecuada.
Las causas del “hígado graso”
Como ya se ha mencionado, las dietas hipercalóricas y ricas en grasas son la causa principal de la esteatosis hepática: si el hígado no puede metabolizar correctamente las grasas, estas se acumulan.
Otras causas pueden ser:
- Abuso de alcohol
- Ayunos prolongados y pérdida repentina de peso
- Actividad física y esfuerzo excesivo
- Uso de determinados fármacos
- Desequilibrios hormonales
También hay factores predisponentes, como la obesidad, el síndrome metabólico, la diabetes o la hipertrigliceridemia.
Las consecuencias de la esteatosis hepática
Las principales consecuencias de un hígado graso son:
- Digestión difícil y trastornos de la motilidad
- Desintoxicación lenta, es decir, dificultad para eliminar las toxinas, con un aumento del estrés oxidativo.
- Alteración del metabolismo, en particular de las
No obstante, como ya se ha mencionado, el «hígado graso» suele ser una afección benigna y reversible. Pero en algunas personas el exceso de grasa puede provocar un estado inflamatorio del hígado, denominado esteatohepatitis.
Esta afección, si se prolonga en el tiempo, genera daños en los tejidos; la reparación del daño tisular, a su vez, provoca la formación de cicatrices, lo que da lugar a un estado de «fibrosis» en el que la rigidez tisular, en las formas más avanzadas, puede evolucionar hasta causar una cirrosis con graves consecuencias para la función hepática.
De los síntomas al diagnóstico
¿Cuáles son los síntomas?
Muchas veces se trata de una afección asintomática, que solo se descubre tras la realización de pruebas diagnósticas por otros motivos.
Sin embargo, en ocasiones puede manifestarse con dolor, a menudo temporal, en la parte superior derecha del abdomen, o puede observarse:
- Somnolencia diurna y
- Dificultad para
Otros síntomas menores relacionados con un hígado graso pueden ser los trastornos digestivos y el mal aliento, los dolores de cabeza tras el consumo de alcohol y grasas, y las impurezas en la piel.
¿Cómo se reconoce el «hígado graso»?
Durante una revisión rutinaria, el médico puede observar pequeñas anomalías en el examen físico, en los valores de los análisis de sangre o de otro tipo que apuntan a un diagnóstico de esteatosis (acumulación de grasa en las células), pero para llegar al diagnóstico es posible que se necesiten más estudios, como, por ejemplo:
- Análisis de sangre específicos. En particular, la determinación de las transaminasas, las enzimas indicadas con las siglas GOT (o ALT) y GPT (o AST). Ecografía abdominal. En caso de esteatosis, las imágenes ecográficas muestran un «hígado brillante», llamado así por su brillo anormal, que se manifiesta sobre todo en las etapas más avanzadas.
- Tomografía computarizada, resonancia magnética (RM) o biopsia hepática, para estudios más profundos en las afecciones consideradas de mayor riesgo.
¿Qué hacer en caso de esteatosis?
No existen tratamientos estandarizados para el hígado graso, pero en general la intervención terapéutica parte de una alimentación adecuada.
Especialmente en casos de sobrepeso y obesidad, resulta necesario promover la pérdida gradual de peso y la actividad física aeróbica: la mejora del estilo de vida contribuye a eliminar el exceso de grasa en el hígado, además de tener muchos otros beneficios.
El hígado graso y la obesidad: ¿existe una correlación?
La esteatosis es el trastorno hepático más frecuente y está creciendo rápidamente:
- Está presente en el 20-30% de la población general;
- supera el 60% en personas con diabetes, con dislipidemia y con sobrepeso;
- sobrepasa el 80% en las personas obesas [1].
Se sobrentiende entonces que la esteatosis hepática y la obesidad están estrechamente relacionadas. Cuando pensamos en una persona obesa o con sobrepeso, por lo general nos imaginamos a un individuo con acumulaciones de grasa en distintas partes del cuerpo. Sin embargo, de este modo podemos identificar únicamente los efectos visibles de la distribución de la grasa corporal, mientras que ignoramos todo lo que subyace a este proceso, es decir, lo que ocurre a nivel celular. Una mala alimentación da lugar a un exceso de grasas e hidratos de carbono, que se acumulan en las células. En este proceso intervienen, en primer lugar, los adipocitos, las células que componen la «grasa» corporal, cuyo volumen aumenta a medida que se acumulan en su interior ácidos grasos y triglicéridos (a simple vista, se observa cómo la persona sube de peso). No obstante, como no pueden seguir expandiéndose indefinidamente, los adipocitos comienzan a enviar señales celulares, activando proteínas de naturaleza inflamatoria. Esto desencadena un proceso inflamatorio que alcanza a todo el organismo y que da lugar a enfermedades crónicas como la diabetes de tipo 2, el síndrome metabólico, la esteatosis hepática, etc. Al mismo tiempo, se reduce la «masa magra», es decir, la masa muscular rica en orgánulos, llamados mitocondrias, responsables de quemar las grasas para obtener energía: de este modo, los músculos ya no son capaces de apoyar al hígado en su actividad metabólica y se establece una especie de círculo vicioso en el que los excesos de la dieta se acumulan en el hígado, lo que a su vez agrava el estado de esteatosis hepática. Llegados a este punto, este órgano realiza con dificultad sus actividades metabólicas cotidianas. Por tanto, es esencial restablecer el funcionamiento correcto mediante la reducción de los ácidos grasos saturados y los hidratos de carbono procedentes de la dieta: de este modo, el hígado graso se «aligera», reanudando así su función normal y favoreciendo la pérdida de peso incluso en personas con sobrepeso. [1]
Fuente: NICE 2016. Non-Alcoholic fatty liver disease – Assessment and managment. Nice Guideline NG49
Un poco de actividad física para «aligerar» el hígado
Como ya se ha mencionado, ante la presencia de esteatosis hepática, que suele ir acompañada de sobrepeso u obesidad, se observa una reducción de la masa muscular magra: la ingesta alimentaria diaria, que las mitocondrias de las células musculares no pueden quemar, se transforma en el hígado en grasa, que a su vez se acumula en los adipocitos y, si la cantidad es excesiva, en el propio hígado.
Por tanto, es esencial recuperar la masa muscular, tanto para apoyar al hígado en su actividad metabólica y ayudarle a deshacerse de la grasa depositada, como para favorecer la pérdida de peso general, y así recuperar la capacidad de quemar el exceso de grasa.
Y aquí es donde entra en juego la actividad física: se recomiendan especialmente los ejercicios de resistencia muscular, que involucran a los principales músculos del cuerpo humano (brazos, tronco, piernas y abdomen), alternados con sesiones de actividad aeróbica, como correr, montar en bicicleta o caminar, con el objetivo de activar el metabolismo, oxigenar los tejidos y «quemar» grasas.
Alimentos que deben evitarse y alimentos recomendados
La actividad física es, entonces, una gran aliada para reducir la grasa corporal y controlar el
«hígado graso», pero, como ya hemos mencionado, también es importante adoptar unos hábitos alimentarios saludables.
En caso de esteatosis hepática, el primer paso consiste en reducir el consumo de alimentos que contienen harina y ricos en ácidos grasos saturados, a fin de disminuir la exposición del hígado al exceso de hidratos de carbono y grasas, que podrían acumularse en sus células.
De este modo, no solo se sigue una dieta que permite «descargar» el hígado, sino que a largo plazo, al restablecer la función de este órgano, se promueve la pérdida de peso.
Las restricciones no son suficientes: para combatir el «hígado graso» no solo hay que reducir las grasas y los hidratos de carbono en la dieta diaria, sino que esta última puede rediseñarse para incluir los alimentos adecuados, típicos de la dieta mediterránea.
En concreto, se trata de añadir a la dieta alimentos especialmente ricos en ácidos grasos omega-3, como:
- Pescado (salmón, atún, )
- Cereales integrales
- Frutos secos
- Legumbres, como garbanzos y lentejas
- Aceite de oliva virgen extra, aceite de lino crudo prensado en frío, aceite de krill
- Vegetales (p. , aguacates o verduras frescas)
Estos ácidos grasos insaturados tienen un efecto positivo en el metabolismo de las grasas, los hidratos de carbono y las proteínas, lo que favorece la función hepática.
Por tanto, existe una estrecha correlación entre el «hígado graso» y el estilo de vida. De ahí que sea tan importante adoptar hábitos saludables y una alimentación consciente.
No obstante, sabemos que gestionar de manera independiente una alimentación adecuada y personalizada, adaptada a tus necesidades específicas de salud, no es para nada fácil.