Salud y prevención

¿Has oído hablar de la resistencia a la insulina?

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La insulina es una hormona producida por las células beta del páncreas y desempeña un papel  fundamental en la regulación del metabolismo de los hidratos de carbono, las proteínas y las  grasas. Gracias a su acción «anabólica», es decir, a su capacidad para «construir o crear»  estructuras más complejas a partir de moléculas de partida simples, la insulina reduce los niveles  de glucosa, aminoácidos y ácidos grasos en el torrente sanguíneo, promueve su conversión en  glucógeno, proteínas y triglicéridos, respectivamente, y favorece su almacenamiento en los  órganos de reserva (hígado, músculos y tejido adiposo). 

La acción de la insulina

Puede que la acción de esta hormona sobre las proteínas y las grasas no sea muy conocida, pero  todos hemos oído hablar, al menos por encima, del papel fundamental de la insulina en la  regulación de nuestra glucemia (es decir, de los niveles de glucosa en sangre). 

La insulina es la única hormona de nuestro organismo capaz de reducir los niveles sanguíneos de  glucosa al permitirle entrar en las células de los músculos, el hígado y el tejido adiposo, ¡y es  precisamente este azúcar en nuestra sangre el que regula su secreción! 

De hecho, durante las primeras horas después de una comida, en nuestra sangre hay grandes  cantidades de glucosa (así como de grasas y aminoácidos), que inducen la producción de insulina  por parte del páncreas. Por este motivo, a la insulina también se la conoce como la «hormona  posprandial». 

Pero la insulina es una hormona proteica que, como tal, no puede penetrar en el interior de las  células y solo puede actuar a nivel de su revestimiento exterior: en la membrana celular. Aquí  están presentes los «receptores» de insulina, pequeñas proteínas que actúan como «puertas»: la  insulina es una «llave», capaz de abrir estas puertas receptoras y permitir así que la glucosa entre  en las células a través de los canales de la membrana.

De este modo, las células reciben glucosa y pueden utilizarla para producir energía y para su  metabolismo normal.

¡Pero eso no es todo! La insulina también recibe el nombre de hormona del «almacenamiento»  porque: 

  • Como ya se ha mencionado, favorece el paso de la glucosa de la sangre al interior de las células de los tejidos;
  • A nivel hepático, inhibe la liberación de glucosa del hígado y estimula su almacenamiento en forma de glucógeno, una reserva de energía fácilmente disponible para los órganos de alto consumo energético, como los músculos. El exceso de glucosa se transforma luego en  grasas, principalmente triglicéridos, que se depositan en el tejido adiposo y también en  otras partes del cuerpo; 
  • A nivel del tejido adiposo, inhibe la liberación de grasas a fin de favorecer su almacenamiento y facilita la utilización de la glucosa que aún está presente en el torrente sanguíneo. 

Resumiendo, podemos decir que la insulina normaliza la glucemia tanto permitiendo el uso de la  glucosa por parte de las células como, en caso de exceso, haciendo que se deposite en forma de  grasa en el tejido adiposo.

¿Y si la insulina no funciona?

En algunos casos, el páncreas produce insulina, pero esta no puede ejercer su función de «llave»  celular. ¿Qué sucede? 

Las células diana de la insulina (principalmente del hígado, del músculo y del tejido adiposo)  pueden volverse «sordas» a su acción: en primer lugar, ya no reciben glucosa y esta permanece  en la sangre, con la posibilidad de provocar una hiperglucemia (niveles altos de azúcar en sangre).  Luego, a nivel del tejido adiposo, las células pierden su función de almacenamiento de ácidos  grasos y los liberan al torrente sanguíneo. 

Pero ¡cuidado! La insulina, por su parte, no se da por vencida: para que las células sordas la  escuchen, intenta «alzar la voz». 

Como resultado, la concentración de esta hormona en la sangre aumenta considerablemente, lo  que puede provocar hiperinsulinemia (aumento de insulina en sangre). 

Este estado, en el que las células del organismo muestran una disminución de la sensibilidad a la  insulina, se denomina «resistencia a la insulina o insulinorresistencia».

¿Cuáles son las causas y/o consecuencias de la resistencia a la insulina?

En la mayoría de los casos, el origen de la resistencia a la insulina sigue sin estar claro y se cree que  es el resultado de una combinación de dos factores: 

  • Factores genéticos o hereditarios, por ejemplo, en algunos casos puede observarse un defecto cualitativo en la estructura de la insulina, que la inactiva total o parcialmente, mientras que en otros existe una síntesis excesiva de hormonas antagonistas de la insulina  (por ejemplo, el glucagón), que pueden neutralizar su efecto. 
  • Factores ambientales, como el sedentarismo excesivo y las dietas ricas en ácidos grasos saturados, azúcares simples y alimentos con un índice glucémico elevado, que contribuyen al desarrollo de la resistencia a la insulina. 

 

También existen afecciones que predisponen al desarrollo de la resistencia a la insulina,  encabezadas por el sobrepeso y la obesidad, sobre todo si la acumulación de grasa se concentra  en el abdomen (biotipo androide). 

Sin embargo, ¡el aumento de peso puede ser a su vez una consecuencia de la resistencia a la  insulina! 

Los efectos físicos de la resistencia a la insulina.

Esto se debe a que se establece un círculo vicioso basado en alteraciones metabólicas de las  células, que dejan de funcionar de manera normal. Las siguientes enfermedades también pueden  alimentar este círculo: 

  • Síndrome metabólico, del que la resistencia a la insulina es una de las causas y una de las primeras señales de alarma, especialmente cuando hay obesidad visceral.
  • Diabetes mellitus de tipo 2
  • Hipertensión arterial, arteriosclerosis y enfermedades cardiovasculares Síndrome del ovario poliquístico
  • Esteatosis hepática no alcohólica, etc.

 

En resumen, es importante recordar que todas estas afecciones están estrechamente  relacionadas entre sí, por lo que la resistencia a la insulina puede presentarse sola y causar otras  alteraciones metabólicas, o bien puede manifestarse junto con una (o varias) de ellas.

Síntomas y diagnóstico de la resistencia a la insulina

La resistencia a la insulina puede manifestarse con síntomas que también son bastante comunes, como: somnolencia y cansancio injustificados, dificultad para concentrarse, aumento del apetito y aumento de peso (especialmente en el abdomen).

Estas manifestaciones, que la persona puede reconocer fácilmente, se deben a una alteración de la función metabólica de las células, con:

  • Liberación de ácidos grasos del tejido adiposo y aumento de sus niveles en el torrente sanguíneo;
  • Disminución del ingreso de glucosa a nivel muscular, con la consiguiente reducción de las reservas de glucógeno;
  • Mayor liberación de glucosa por parte del hígado, con un aumento de la glucemia en ayunas.

Todas estas consecuencias son imperceptibles a simple vista, pero pueden identificarse porque dejan «rastros» o marcas distintivas en nuestra sangre.

De hecho, se puede observar un incremento de las concentraciones de insulina y/o glucosa en nuestra sangre por las razones explicadas anteriormente. También se observa con frecuencia un aumento de los niveles circulantes de ácidos grasos que, en el hígado, provocan un incremento de la producción de triglicéridos y colesterol LDL (colesterol malo) y una reducción del colesterol HDL (colesterol bueno).

El diagnóstico

Teniendo en cuenta todo lo anterior, está claro que se pueden analizar diferentes valores en la  sangre para comprobar si hay resistencia a la insulina, siempre consultando al médico tratante.

  • La glucemia, que en ayunas no debe superar los 100 mg/dl en condiciones normales. En  personas con una tolerancia normal a la glucosa, además, no debe elevarse por encima de  140 mg/100 ml en respuesta a las comidas y, en cualquier caso, debe volver a los niveles  preprandiales en dos o tres horas.
  • La insulinemia, es decir, la cantidad de insulina que se encuentra en la sangre y cuyos valores deben mantenerse dentro de un intervalo que puede variar en función del sexo, la edad y el tipo de prueba realizada en el laboratorio clínico.
  • La hemoglobina glicosilada, que permite evaluar la cantidad de hemoglobina que se une a la glucosa en circulación: cuanto más elevada sea la glucemia, más azúcares circularán libremente por la sangre, lo que dará lugar a un nivel elevado de hemoglobina glicosilada.  En las personas sanas no supera el 5%. 

Una vez realizadas estas pruebas, el siguiente paso es calcular el índice HOMA (del inglés  Homeostasis Model Assessment). Este índice se basa en un modelo homeostático matemático que  tiene en cuenta las concentraciones sanguíneas de glucosa e insulina en ayunas y se obtiene a  través de esta fórmula: 

Glucemia en ayunas (mg/100 ml) x Insulinemia en ayunas (mUI/ml) / 405 

Se consideran normales los valores comprendidos entre 0,23 y 2,5 (para adultos) o entre 0,25 y  3,6 (para niños). Si, por el contrario, se obtuvieran valores más elevados, estos indicarían una  resistencia a la insulina

Es importante reconocer este trastorno porque, si se pasa por alto o no se diagnostica, puede ser  un factor de riesgo para la aparición del síndrome metabólico y de la diabetes mellitus de tipo 2

¿Qué hacer en caso de resistencia a la insulina?

La resistencia a la insulina provoca un desequilibrio metabólico que altera el funcionamiento de  las células. Por tanto, es esencial restablecer el equilibrio metabólico normal del organismo con un  enfoque terapéutico que no se limite a resolver un síntoma en particular, sino que module los  procesos metabólicos alterados por esta afección.  

Es por eso que un estilo de vida saludable y equilibrado es fundamental para combatir la  resistencia a la insulina. 

La primera herramienta de la que podemos valernos es precisamente la alimentación. El  tratamiento principal de la resistencia a la insulina se basa, de hecho, en la adopción de hábitos  alimentarios saludables y equilibrados. Lo mejor es evitar los alimentos refinados, ricos en ácidos  grasos saturados o con un índice glucémico elevado, y dar preferencia a los alimentos integrales,  ricos en fibra y con un índice glucémico bajo o moderado 

El segundo paso consiste en incorporar una cierta actividad física a la rutina, al menos 30 minutos  de ejercicio aeróbico de 3 a 5 veces por semana. La actividad física oxigena el cuerpo y estimula la  masa muscular, el componente «activo» de nuestro cuerpo, que se caracteriza por estar  «hambriento» de glucosa. 

Por último, es importante evitar el alcohol y el tabaco, mantener bajo control el peso y también el  perímetro abdominal.

Solo se recurre al tratamiento farmacológico, previa recomendación médica, cuando los cambios  en el estilo de vida no son suficientes para controlar esta afección. 

Una vez más, el cuidado de nuestra salud pasa por lo que comemos.

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