Salud y prevención

Contar calorías: descubre por qué tiene poco sentido científico

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Por la mañana desayuno en el bar un cruasán y un café con leche, al mediodía un bocadillo, por la  tarde tomo algo rápido con los amigos y para cena algo ligero: ¿cuántas calorías habremos  ingerido durante el día? 

¿Bastará con correr un poco para quemarlas todas? A menudo, para mantener nuestro peso en un  nivel saludable o bajar algunos kilos de más, nos perdemos contando calorías. Nos obsesionamos  a tal punto que incluso esa copa con los amigos, que tanta ilusión nos hacía, ya no sabe igual. 

Pero ¿tiene sentido contar las calorías que ingerimos en un día?

El engaño de contar calorías

En el afán de perder peso o mantenerlo, mujeres y hombres de todas las edades se empeñan en  contar las calorías que ingieren en su dieta diaria o que queman con la actividad física. 

Sin embargo, se trata de un concepto que debemos dejar atrás: las calorías, en el cuerpo humano,  ¡no existen! ¿Cómo es posible? Vamos a comprenderlo juntos, empezando por la definición de caloría.

¿Qué es una caloría?

Una caloría es la cantidad de calor necesaria para elevar un grado la temperatura de un gramo de  agua (de 14,5 a 15,5 °C). Es, por tanto, una unidad de medida de la cantidad de calor, utilizada  para indicar cuánta energía calorífica se intercambia entre los cuerpos. 

Se usa ampliamente en el ámbito de la nutrición y la alimentación y se expresa en kilocalorías  (kcal) para indicar el contenido energético de los distintos alimentos. 

1 kcal = 1000 calorías

¿Cómo se calculan las calorías?

Para medir las kilocalorías contenidas en un alimento se utiliza un instrumento llamado  calorímetro o «bomba calorimétrica». El alimento se introduce en el aparato y se somete a  combustión. 

Una pantalla registra y muestra el calor liberado: el valor obtenido indica el número de calorías  liberadas por el alimento en el interior del calorímetro. ¡Y es aquí donde surge el malentendido!

Las calorías no existen en el cuerpo humano

El error consiste en creer que un alimento aporta al organismo el mismo número de calorías que  se obtienen con la combustión en el calorímetro. En realidad, las tablas de información nutricional  habituales que informan sobre el aporte de calorías solo proporcionan una idea parcial del  contenido energético real de los alimentos. Veamos un ejemplo. 

Los copos de avena aportan a nuestro organismo una gran cantidad de fibra alimentaria. Sin  embargo, no podemos digerirla ni absorberla: la fibra ejerce su acción beneficiosa en el intestino  y luego se elimina. 

Si observáramos el comportamiento de los copos de avena dentro del calorímetro, notaríamos  que, al quemarse, producen calor: la pantalla registrará, por tanto, un determinado aporte  calórico. 

Pero nuestro organismo no «quema» los copos de avena, ni tampoco los digiere, por lo que su  «valor calórico» será diferente en el cuerpo humano. Las calorías en nuestro interior no existen:  existen las moléculas que proporcionan los alimentos

Nuestro cuerpo no es una máquina termodinámica, no utiliza el calor como fuente de energía.  Para todas sus funciones necesita energía química, en particular de una molécula fundamental: el  trifosfato de adenosina (ATP). 

Si el cuerpo utilizara el calor para el trabajo muscular, cerebral o nervioso, ¡se quemaría

El calor metabólico (es decir, el calor que el cuerpo produce mediante la termogénesis para  mantener constante nuestra temperatura) no debe confundirse con las calorías quemadas en el  calorímetro, un instrumento ajeno al cuerpo humano. 

Alimentos diferentes con las mismas calorías y efectos opuestos: ¿cómo es posible?

Pongamos otro ejemplo para entender aún mejor por qué las calorías no existen en el cuerpo

Si colocamos un plato de pasta con atún y tomate dentro del calorímetro, el número de calorías  será el mismo que el de dos vasos de cerveza. Pero ¿cómo es posible que estos dos alimentos tan  diferentes aporten las mismas calorías

Está claro que, aunque tengan el mismo aporte calórico registrado por el calorímetro, tendrán  efectos muy distintos en nuestro organismo, ya que difieren en su composición de moléculas y  nutrientes.

Por tanto, es esencial considerar un tipo de energía distinto del expresado por las calorías y  procedente de las moléculas de los alimentos. 

De las calorías a las moléculas

Cada vez que comemos, nuestro organismo recibe una gran cantidad de moléculas que influyen en  nuestro perfil metabólico, hormonal y genético. 

¡Son las moléculas, y no las calorías, las que interactúan con nuestras células y nuestro ADN! 

Volviendo al ejemplo de la pasta con atún y la cerveza, es evidente que, a pesar de que la cantidad  de calorías es la misma, nuestro organismo recibe moléculas extremadamente diferentes: ¡la  pasta con atún será, sin duda, más rica en nutrientes (como hidratos de carbono, proteínas,  vitaminas, fibra y ácidos grasos omega-3)! 

Estas moléculas se convierten en parte de nosotros, pasando del intestino al torrente sanguíneo y  llegando después a las distintas células, que las utilizan para su metabolismo. 

¿Contar calorías? Mejor seguir una alimentación consciente

Ahora que hemos desmentido el mito del recuento de las calorías ingeridas en un día, debemos  aprender a conocer los alimentos que ponemos cada día en nuestra mesa, para poder elegirlos  conscientemente en función de nuestras necesidades y de nuestro metabolismo. 

Antes que nada, puede resultar útil desmentir algunos mitos falsos sobre la alimentación. Para  empezar a orientarte en la elección consciente de los alimentos, es importante recordar que estos  pueden dividirse en 5 grupos principales según su composición: 

  • FRUTAS Y VERDURAS. Son una fuente excepcional de fibra, vitaminas y minerales, así como de moléculas con propiedades antioxidantes, como los carotenos o los flavonoides. Se recomienda el consumo de 2 porciones al día de verduras crudas y/o cocidas y  3 porciones al día de fruta fresca de temporada.
  • CEREALES, TUBÉRCULOS Y DERIVADOS. Es el grupo que incluye el pan, la pasta, el arroz, la  cebada y los demás cereales, así como las patatas. Estos alimentos representan la principal  fuente de almidón y, por tanto, de hidratos de carbono de rápida utilización. Es importante recordar que el pan contiene menos hidratos de carbono que la pasta y que  se pueden consumir 2-3 porciones al día de los alimentos de este grupo, preferentemente  de cereales integrales.
  • CARNE, PESCADO, HUEVOS, LEGUMBRES. Estos alimentos aportan proteínas y minerales. Es preferible consumir carnes magras (de vaca, aves o cerdo) y reducir la ingesta de carnes rojas, carnes más grasas o embutidos.
    El pescado (sobre todo el azul) aporta ácidos grasos omega-3 y omega-6, mientras que las  legumbres secas (alubias, garbanzos, guisantes, etc.) contienen grandes cantidades de  almidón y fibra, así como proteínas, ácidos grasos poliinsaturados, hierro y minerales. En general, se pueden consumir 1-2 porciones al día de estos alimentos y 2-3 huevos a la  semana. 
  • QUESOS, LECHE Y DERIVADOS. Estos alimentos aportan calcio, proteínas de excelente calidad biológica y algunas vitaminas (como el complejo B y la vitamina A). Se recomienda consumir 1-2 porciones al día, y hasta un máximo de 3 porciones de quesos a la semana,  preferentemente bajos en grasa. 
  • CONDIMENTOS GRASOS, ACEITES VEGETALES. Los condimentos tienden a subestimarse, pero representan una fuente concentrada de energía. Entre ellos, el aceite de oliva virgen extra tiene un alto contenido de ácido oleico y nutrientes con acción antioxidante, como la  vitamina E, los polifenoles y los tocoferoles. Se pueden añadir 2-3 porciones al día. 

Si quieres saber más, puedes consultar también nuestro diario de salud. Conocer todas las  propiedades de los alimentos y combinarlas en una estrategia alimentaria adecuada no es una  tarea fácil: infórmate siempre a través de fuentes confiables, como libros y artículos escritos por  profesionales de la salud.

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